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Breve historia del canto gregoriano. El canto gregoriano hunde sus raíces en la evangelización de Occidente en los primeros siglos de nuestra era. Aunque el hecho de que se atribuya su creación al Papa Gregorio Magno (+604) es ya pura leyenda, lo cierto es que Roma fue un animado centro de composición en los siglos V-VI. Pero tantas regiones como existen, tantos repertorios diferentes.
Por ejemplo, Milán, Benevento (sur de Italia), España y la Galia... La memoria hace que las melodías se transmitan. En este contexto de tradición oral se produjo, en el siglo VIII, el acercamiento entre el reino franco (Pepino y Carlomagno) y Roma (el Papa Esteban II).
El emperador creyó que la adopción de la liturgia ayudaría a resolver las dificultades políticas y garantizaría la unidad del reino. Se trataba de una adaptación y no de una sustitución radical de un repertorio por otro. Fue, pues, un "mestizaje", una "hibridación" que dio lugar a lo que se conoce como canto gregoriano. Tal vez sea necesario matizarlo, pero poco a poco la tradición oral dio paso a una tradición escrita. La invención de la escritura revolucionó las tradiciones musicales. Entonces fue posible escribir el ritmo de las notas sin especificar los intervalos... La mayor parte de este trabajo manuscrito se realizó entre el Sena y el Rin. Era el progreso, pero también la fuente de la decadencia. La libertad del ritmo verbal se vio poco a poco obligada a desaparecer bajo la presión de los teóricos.
Las notas se pusieron sobre líneas y la polifonía hizo su aparición. Con los libros, el papel de la memoria se desvaneció. A finales de la Edad Media, el declive era total, tanto en la edición de libros como en la interpretación coral. Aunque las autoridades eclesiásticas se preocuparon muy pronto por volver a las fuentes y a la "edad de oro" del canto gregoriano, sus esfuerzos fueron en vano. Hubo que esperar al siglo XIX y a los trabajos de investigación realizados principalmente por el taller paleográfico de Solesmes para que se llevara a cabo un redescubrimiento y una auténtica restauración. Cabe citar a Dom Guéranger, Dom Pothier, Dom Moquereau, Dom Cardine y Dom Claire. Monjes e investigadores, pasados y presentes, a los que debemos este nuevo nacimiento.

Concretamente, nuestros libros, Antiphonale monastique y Graduale Romanum son el resultado visible de este largo y hermoso trabajo benedictino. Esta restauración sólo encontrará su pleno resplandor y una cierta culminación a través de la voz de quienes la practican de manera viva y espiritual. Este patrimonio cultural, musical y espiritual se pone en nuestros labios, como un tesoro, para que le demos vida y sepamos transmitirlo.